Noviembre 21, 2024

Menores abusados por Religiosos

 Menores abusados por Religiosos

En los seminarios, tanto los formadores como los superiores deben estar bien capacitados para identificar a los posibles pedófilos

 Los escándalos por abusos de menores que involucran a sacerdotes o miembros de diferentes instituciones relacionadas con la Iglesia Católica, y de los que La Nación (Buenos Aires)  ha dado sostenida información, configuran uno de los rostros más perversos de la condición humana. Una faceta no menor de esta cuestión es que estadísticamente este flagelo se da en diferentes ámbitos e instituciones, tanto educativas como deportivas y, con particular frecuencia, donde se congregan menores, aunque muy lamentablemente es en el entorno familiar donde se concentra el mayor número de casos de pedofilia.

Por sus mismas características, este gravísimo abuso, que marca de por vida la existencia de miles de niños, es a veces difícil de advertir, de denunciar y de penalizar. En la esfera religiosa, el delito adquiere, además, una significación adicional porque compromete otras instancias que pesan sobre la conciencia de las personas. Toda vez que un religioso, un docente o un superior abusa de un menor, además de la aberración intolerable que supone, tiende a hacer uso de su autoridad y se aprovecha de la vulnerabilidad de las víctimas.

En una reciente carta divulgada por el Vaticano y para todas las Conferencias Episcopales del mundo, el Papa Francisco, nuevamente,  exigió a los obispos aplicar “clara y lealmente la tolerancia cero” frente a los sacerdotes pedófilos.

A juzgar por los expertos, se trata de conductas compulsivas o extremadamente condicionadas por ciertas estructuras de la personalidad. Por eso mismo, en el ámbito eclesial, podría ser errado y hasta contraproducente considerarlas en primer lugar bajo el concepto de pecado y sus derivaciones. Esa misma moralización del fenómeno es lo que ha llevado a muchos obispos y superiores religiosos a creer que bastaba el arrepentimiento de los inculpados para dar por superado el problema, sin advertir la honda patología que supone y lo peligroso de pensar en que un cambio de sede mejore esas conductas. En todo caso, más conducente sería que los formadores en los seminarios o institutos religiosos tuvieran conocimientos sólidos acerca del perfil psicológico en la formación. No se explica que, después de años de convivencia, los superiores no hubieran podido detectar ciertas inclinaciones que impedirían la ordenación sacerdotal. Es necesario revisar el modo con que actualmente se incorpora el acompañamiento psicológico en la formación. También el rol que debe cumplir la psicología en el discernimiento vocacional. En muchos casos existe una confianza excesiva en la eficacia de la gracia para superar problemas psicológicos profundos. Una mejor formación del clero es una medida necesaria, aunque sus efectos se percibirán a largo plazo.

Conviene proveer un acompañamiento profesional para sacerdotes, en particular en los primeros años de ministerio. Se debe instruirlos en criterios comunes para el trato con niños y jóvenes, de manera de dar transparencia y confiabilidad. Cuando se constata una tendencia pedófila, el religioso debe ser excluido para siempre de todo contacto con menores. Y aunque las causas puedan prescribir desde el punto de vista civil o canónico, las víctimas deben ser acompañadas y resarcidas.

Es oportuno recordar que, en especial con Benedicto XVI y Francisco, la jerarquía endureció sus posiciones y determinó la obligación de colaborar con la Justicia, atendiendo en primer lugar a las víctimas. No existe una prioridad entre los derechos de éstas y la defensa de las instituciones, ya que la única defensa de la institución eclesial debe pasar por atender los derechos de las víctimas.

El celibato sacerdotal muchas veces es un tema desconocido y mal manejado por los que opinan en los medios; no así por la gente que trata a diario con curas célibes normales en los barrios, movimientos sociales o en la vida docente. El celibato es una experiencia humana posible, tradicional y secular. Con total independencia de que se pueda discutir hacia el futuro su obligatoriedad en la vida sacerdotal diocesana, hoy hay por doquier sacerdotes y laicos célibes de probada normalidad. Es un tema que no puede confundirse con la crueldad y la patología propias de la pedofilia, que se da en célibes y mayoritariamente en personas casadas, o que viven en el entorno familiar.

Jesús, en los evangelios, tiene muchos encuentros con niños. La gente los llevaba para que lo vieran; querían que él los tocara (Marcos 10,13; Lucas 18,15), que orara sobre ellos y les impusiera las manos (Mateo 19,13). Cuántos enfermos agradecen al sacerdote que él les tome la mano cuando los visita. O cuántos desesperados que no encuentran trabajo y cuántas personas que han perdido un hijo se confortan con el abrazo de un sacerdote. Y también cuántos niños con problemas familiares profundos, con alguna pérdida importante, con tristeza o desconcierto se pacifican en un diálogo en confianza con un sacerdote, o agradecen una palabra o un gesto paternal.

Por eso es importante no caer en muchos “lugares comunes” de la información que tienden a confundir los planos.

Agencias  –  La Nación de Buenos Aires  –  Reflexión y Liberación

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