Perdón difícil
Mucho se habrá dicho a favor y en contra del “pedir perdón” de los condenados por crímenes de derechos humanos. Pero muchos sentimientos enredan e impiden un juicio sereno acerca del tema. También parece como algo de moda de pedir perdón, de exigir un pedir perdón…
Aclaramos primero que este pedir perdón no es un pedir disculpas ni menos un disculparse por los hechos del pasado. Explicar unas culpas cometidas sirve a menudo para aminorar las responsabilidades.
Este pedir perdón público puede aparecer como una solicitud indirecta de Indulto a la autoridad competente. Muchos hablan que este pedir perdón debe inscribirse en todo un proceso judicial o político. Un pedir perdón con un buen comportamiento en la cárcel…etc. Puede influir para aliviar las penas pero ¿será suficiente sin las informaciones complementarias para aclarar los hechos.
Hace falta preguntarse: ¿A quién se le pide perdón? Porque el perdón se entiende comúnmente como la restauración de relaciones personales. Muchas veces, para el caso analizado, la mayoría de las victimas están muertas, quedan los familiares y los comités en defensa de las víctimas. Un perdón parcial o general dejaría el pedir perdón incompleto, quedaría cómo la manifestación de un arrepentimiento verbal de los malhechores un reconocimiento de culpabilidad que sólo puede legitimar las condenas recibidas.
El pedir perdón de los condenados es sin duda insólito en la vida social por estar fuera de un contexto cristiano y religioso preciso. Es difícil buscarle un sentido a una petición de perdón como la que se publicita de esta manera. Por una parte existe la Justicia que aplica las leyes, paralelamente está la política del gobierno de turno y la de los políticos elegidos que puede cambiar las leyes y/o actuar frente a casos excepcionales limitando por ejemplo las condenas por un indulto. Otra cosa son los sentimientos religiosos, las creencias y las practicas espirituales respecto a un pedir “Perdón” de este tipo.
Este “pedir” perdón que hace noticias actualmente nació en realidad en el contexto navideño de un acto litúrgico en el penal de los condenados por atropellos a los derechos humanos. También el trasfondo del año de la misericordia que celebró la Iglesia católica incentivó algunos a predicar el perdón aplicándolo al problema carcelario creando unas confusiones de ámbitos. Una cosa es la justicia, la norma básica de la convivencia humana y otra cosa el llamado evangélico del perdonar. Existe además, hay que reconocerlo, una secreta conmiseración para los condenados de parte de algunos políticos y jerarcas religiosos porque en el pasado apoyaron su política represiva. Hoy día quienes creen en la justicia penalizadora no son vengativos sino que buscan con las leyes mantener la convivencia humana con normas fundamentales claras que no pueden ser eximidas sino en caso muy excepcionales y con un consenso general (el Indulto).
Esta idea del pedir perdón cuando se la plantea como una solicitud de despenalización, conlleva muchas ambigüedades. Parecen movidas políticas, ficción de paz social, intromisión de la Iglesia en la Justicia, dudosas o ingenuas conversiones personales… En todo caso: categorías religiosas desubicadas en las instancias civiles.
Si uno recupera el sentido religioso del perdón, se puede aclarar mejor todavía esta problemática.
En el Padre Nuestro, se pide perdón “a Dios”. Dios sólo puede perdonar los pecados. En los evangelios, los fariseos acusaron a Jesús de igualarse a Dios porque perdonaba los pecados (Lucas 5, 21). El Padre Nuestro nos adelanta en seguida que este pedir perdón divino no va sin el compromiso nuestro de perdonar “a los que nos ofendieron”. Perdonar es un precepto evangélico para los cristianos, porque condiciona y es, a su vez, la garantía del perdón divino. Que los predicadores de las iglesias lo recuerdan porque el perdón es un sentimiento básico anterior al ejercicio de la caridad fraterna y de las virtudes.
Pero ¿Cómo funciona el perdón fraterno?… ¿Por el olvido?… Si fuera únicamente por el reconocimiento del mal cometido, no habría tanta dificultad pero cuando el perdón implica la reparación de los daños hechos, las cosas se complican. No basta poner el parche del perdón sobre la herida de una maldad puntual cometida por una persona. La verdad es que el mal nos involucra a todos. Las maldades tienen precedentes a veces desconocidos, también tienen consecuencias insospechadas y esta debilidad congénita supera las capacidades humanas. Restaurar los desórdenes personales, superar los problemas familiares, solucionar los conflictos sociales, silenciar definitivamente las armas en el mundo, todo esto supera nuestras fuerzas humanas. Por esto las leyes humanas serán siempre perfectibles.
Cuando pedimos a Dios de perdonar nuestros pecados, no le pedimos un indulto como lo creen equivocadamente algunos cristianos, no es que Dios va cerrarse los ojos e indultarnos cuando reconocemos nuestros pecados. Es mucho más que eso. El Perdón de Dios es “Salvación “y Liberación del mal. Dios hace mucho más que absolvernos de nuestras culpas, su intervención de venir a nacer y morir como hombre nos lleva a un destino inesperado de unión con Él. Su intervención es: “Santificación”, hacernos hijos suyos y cuando hablamos de “Resurrección” esperamos mucho mejor que una “despenalización”, esperamos la liberación del Mal nuestro y ajeno, de ayer y de mañana.
La misericordia que recordó el Papa Francisco es el amor de Dios capaz de encaminarnos a hacer su Reino en la tierra. Estamos movilizados para participar a este glorioso destino de los Hijos de Dios ¿Cuantos “Señor Ten piedad”, cuantos “pedir perdón” deberemos decir y cantar para llegar a creer en este maravilloso perdón de Dios que es el “per”(fecto)” “don”?
Es el realismo del “Padre Nuestro” que nos enseña la manera de llegar a esto. Es el “como” perdonamos a los que nos ofenden” el aprendizaje de este amor divino.
Si queremos, los cristianos, enseñar a todos los hombres este maravilloso perdonar divino, debemos declarar practicable el ecumenismo, debemos romper los yugos doctrinales y morales incomprensibles para dar a conocer a Cristo y su evangelio. Debemos practicar la democracia en las comunidades para corregir los tontos autoritarismos religiosos. Tenemos que crear una corrección fraterna abierta para superar los propios escándalos sexuales y de corrupción que ocurren en las comunidades. Debemos encontrar nuevas maneras de celebrar el perdón de Dios en comunidad porque si la confesión individual tuvo su tiempo, hoy día cayó en desuso dramático.
“Perdónanos nuestras ofensas como perdonamos a los que nos ofendieron”.
Paul Buchet
Consejo Editorial de revista “Reflexión y Liberación”