La misión en el desierto de hoy
Entrevista al Cardenal Walter Kasper sobre el cristiano que en los primeros años del siglo XX construía sin ayuda tabernáculos para «transportar» a Jesús al desierto argelino.
WALTER KASPER: En mis años de profesor de Teología en la Universidad de Tubinga me veía a menudo con un grupo de sacerdotes miembros y amigos de la comunidad “Jesus Caritas”, sacerdotes que seguían la espiritualidad de Charles de Foucauld. Participaba regularmente en sus reuniones mensuales que comprendían varios momentos: revisión de vie, lectura y meditación de la Sagrada Escritura, celebración y adoración eucarística y, por último, una cena fraternal. Fascinado por la figura de Charles de Foucauld fui a Argelia, a la montaña de Hogar, donde había vivido él, y allí, en una cabaña en medio a la soledad de la montaña, hice mis ejercicios espirituales. Me acuerdo de que todas las tardes un ratoncito de ojos vivaces me visitaba para comer un poco de mi pan. En Tamanrasset, aunque también en otras partes, por ejemplo en Nazaret o aquí en Roma, me ha llamado siempre la atención la vida de las Pequeñas hermanas de Charles de Foucauld, su vida en la pobreza evangélica entre los pobres y su vida de adoración eucarística. Para comprender mejor la espiritualidad de Charles de Foucauld me han ayudado mucho los escritos de René Voillaume; algunos aspectos de esta espiritualidad han entrado también en mi libro Jesús, el Cristo.
KASPER: El filósofo y teólogo judío Martin Buber ha dicho que el éxito no es uno de los nombres de Dios. Tampoco Jesucristo en su vida terrenal tuvo éxito; al final murió en la cruz, y sus discípulos, menos Juan y su madre María, se alejaron y lo abandonaron. Humanamente hablando, el Viernes santo fue un fracaso. La experiencia del Viernes santo forma parte de la vida de todos los santos y de todos los cristianos. Esto puede ser de consuelo para muchos sacerdotes que sufren por la falta de resultado inmediato, porque en nuestro mundo occidental, pese a todos los esfuerzos pastorales realizados, las iglesias están cada vez más vacías los domingos y la sociedad más descristianizada. Muchos tienen la impresión de predicar a oídos sordos. En esta difícil situación, el ejemplo de Charles de Foucauld puede ser de gran ayuda para muchos sacerdotes.
¿De qué manera se expresa esta ayuda?
KASPER: Podemos aprender que no se trata de nuestra misión o, por así decirlo, de nuestra empresa misionera, de una hegemonía cultural o de la ampliación de un imperio eclesial con estrategias sofisticadas y perfeccionadas de pedagogía, psicología, organización o cualquier otro método. Debemos hacer, por supuesto, lo que podamos, y podemos usar incluso métodos modernos, pero al final se trata de la misión de Dios mediante Jesucristo en el Espíritu Santo. Nosotros somos sólo el recipiente y el instrumento mediante el cual Dios quiere estar presente; al final es Él quien debe tocar el corazón del otro; sólo Él puede convertir el corazón y abrir los ojos y los oídos. Así, en la presencia, en la oración, en la vida sencilla, en el servicio y en la amistad humana, como la que vivió Charles de Foucauld con los tuáregs, el Señor mismo está presente y actúa. Hemos de confiar en Él y dejarle la decisión de cómo, cuándo y dónde quiere convencer a los demás y reunir a su pueblo.
Esto era lo que De Foucauld vio que había sucedido en su historia personal.
KASPER: Escribe en una meditación de noviembre de 1897: «Todo esto era obra tuya, Señor, y solamente tuya… Tú, Jesús mío, mi salvador, tú lo hacías todo, dentro de mí y fuera de mí. Tú me has atraído a la virtud con la belleza de un alma en la que la virtud me pareció tan bella que cautivó irremediablemente mi corazón… Me has atraído a la verdad con la belleza de esa misma alma». No podemos desde luego considerar a Charles de Foucauld el único modelo de misión para todas las situaciones, hay también otros santos ejemplares, como por ejemplo Francisco Javier, Daniel Comboni y muchos más, que representan otro tipo y otro carisma misionero. Las situaciones misioneras son diversas al igual que los retos y las respuestas. De todos modos, creo que Charles de Foucauld no es sólo un modelo para la misión en el desierto entre los musulmanes, sino también en el desierto moderno. Es emblemático que Teresa de Lisieux haya sido proclamada patrona de las misiones, ella, una joven monja carmelita, que no salió del Carmelo y no estuvo nunca en un país de misión; y, sin embargo, prometió dejar caer una lluvia de rosas desde el cielo después de su muerte.
KASPER: También los cristianos somos hijos de nuestro tiempo; queremos planificar, hacer, organizar, controlar los resultados… Charles de Foucauld nos sugiere otra manera: imitar y vivir la vida de Jesús en Nazaret. Podríamos preguntarnos: Jesús, treinta años de vida oculta en Nazaret de los 33 que vivió, ¿fue acaso un tiempo perdido? Precisamente la realidad cotidiana, la realidad ordinaria es el verdadero espacio donde se manifiesta el don de la vida cristiana. Al respecto podemos recordar un pasaje importante de la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, en el párrafo 31, donde el Concilio habla de la misión de los laicos y dice que los laicos son fieles que viven en el siglo, es decir, en las condiciones ordinarias como el trabajo y las otras actividades diarias. «Allí, en las condiciones ordinarias de su vida manifiestan a Cristo por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad». A veces tenemos la idea equivocada de que para ser una laico comprometido en la misión se ha de ser un empleado eclesiástico, que en lo que le es posible participa en las tareas del sacerdote, se muestra activo en la liturgia, etcétera. Pero lo más importante es vivir el Evangelio en la vida diaria, en la oración, en la caridad, en la paciencia, en el sufrimiento, ser hermano de todos y estar convencido –como dice san Pablo– de que la misma Palabra de Dios, si es recibida y vivida por nosotros, corre y convence.
KASPER: Me convence sí y no. Sí, si los cristianos se despiertan, son conscientes de su situación, de los nuevos retos y de su misión. No podemos contentarnos del status quo y seguir como si no pasara nada. Esto vale sobre todo para la Europa occidental, que vive una profunda crisis de identidad, mientras que antaño estaba marcada claramente por el cristianismo. Europa debe despertarse de su indiferencia, que es una falsa tolerancia. Pero, por otro lado, existe el peligro de comportarse como los propagandistas de un lobby minoritario, o sea, sectario. En este sentido, no al fanatismo militante como lo vemos en muchas viejas y nuevas sectas, que hoy son un nuevo reto en todo el mundo. Sobre todo a partir del Concilio Vaticano II hace falta una estilo dialogante, es decir, una actitud de respeto también con aquellos que son definidos lejanos, que tal vez mantienen un vínculo tenue, pero resistente, con la Iglesia, y una actitud de respeto hacia la cultura moderna, cuya legítima autonomía reconoce el mismo Concilio. No queremos y no podemos imponer la fe, que por su naturaleza no puede ser impuesta; queremos –como dice el Concilio Vaticano II en el párrafo 1 de la constitución pastoral Gaudium et spes– compartir los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, y, mediante esta vida de participación, dar testimonio de nuestra fe.
KASPER: Esta actitud era típica de Charles de Foucauld. Recordemos su amistad con los tuáregs y sobre todo con su jefe Musa ag Amastan. Él no hacía nada para convencer y conseguir prosélitos. Como máximo podía llevar a Cristo cerca de ellos, llevando el tabernáculo al desierto. Pero luego no ideaba estrategias elaboradas. Vivía simplemente su vida de oración y de trabajo. Sólo después de su muerte encontró discípulos, discípulos que hoy viven en medio de los más pobres compartiendo con ellos las experiencias diarias.
KASPER: La acusación dirigida a menudo contra la Iglesia en su conjunto carece de fundamento; el Papa y muchos episcopados europeos se han expresado claramente y con fuerza en favor de la identidad cristiana en Europa. Pero al mismo tiempo es verdad que en algunos ámbitos y círculos dentro de la Iglesia existe cierta timidez y debilidad a la hora de defender y proponer la verdad y los valores cristianos. Esta actitud nace a menudo de una fe frágil que ha perdido sus certidumbres, su determinación, que confunde la tolerancia con la indiferencia. Charles de Foucauld no gritó grandes consignas: su conducta nace de una convicción totalmente distinta. Parte de una fe sólida y vivida, que en sí misma, incluso sin grandes palabras, era un testimonio fuerte y valiente, pero también humilde, del mensaje cristiano y de sus valores. Sin pretensiones de posesión, sin actitudes de desafío. Escribe a finales de 1910: «Jesús es suficiente. Allí donde está, no falta nada. Quien se apoya en él es fuerte gracias a su fuerza invencible». Un testimonio de este tipo puede llevar a los demás a reflexionar, a hacerse preguntas, puede suscitar admiración y, si Dios concede la gracia, también el deseo de compartir esta vida según los valores cristianos. De hecho, nuestra defensa de la identidad cristiana de Europa será convincente sólo si vivimos los valores que defendemos. No son las palabras, es la vida lo que convence. Como reconocía De Foucauld en un escrito de julio de 1899, «se hace el bien con lo que uno es, más que con lo que uno dice… Se hace el bien cuando se es de Dios, se pertenece a Él». Y cuando esto sucede, no hay que inventarse nada. Basta «quedarse donde uno está, dejar penetrar, crecer y consolidar en el alma la gracia de Dios, defenderse de la agitación».
También las peticiones de perdón por los pecados pasados han sido consideradas por algunos como una manifestación de debilidad. ¿Qué piensa usted de estas afirmaciones a la luz de la figura de De Foucauld?
KASPER: Charles de Foucauld tenía razón cuando pedía perdón por su vida derrochada antes de su conversión. Nos muestra que un nuevo inicio siempre es posible, por gracia divina. También nosotros en cada celebración eucarística comenzamos con un acto penitencial; esto sería algo impensable en una reunión de partido, de una empresa o de cualquier asociación. Haciendo esto, expresamos nuestra debilidad, lo cual es un acto de sinceridad, pero al mismo tiempo manifestamos la fuerza del mensaje cristiano de la misericordia y del perdón, es decir, de la posibilidad que Dios pueda realizar un cambio y dar un nuevo inicio también a una historia humana sin salida y sin esperanza. Escribe De Foucauld en una meditación: «No hay pecado tan grande, ni criminal tan empedernido, al que tú no ofrezcas en voz alta el paraíso, como le dijiste al buen ladrón, al precio de un instante de buena voluntad». Pedir perdón no es por tanto una debilidad sino una fuerza; es expresión de una esperanza que no olvida, no reniega o retrata el pasado y que al mismo tiempo no se siente encadenada al pasado y puede mirar al futuro. Pedir perdón es expresión de la libertad cristiana, libertad que nosotros conocemos en Cristo. Pedir perdón no es una acción politically correct, sino que tiene que ver con la naturaleza de la Iglesia y con su mensaje.
KASPER: De Foucauld lleva a Jesucristo hasta «aquellos que no lo buscan». Podemos decir que, en ciertos aspectos, la situación de los tuáregs de Argelia es semejante a la de nuestros contemporáneos en la realidad urbana, es decir, a nuestra misma situación, si bien exteriormente la diferencia es manifiesta; allí se trata de pobreza material, aquí de pobreza espiritual. El desierto es, por supuesto, distinto, pero el punto común reside en el hecho de que ni ellos ni nosotros estamos de verdad “en casa” en ningún lugar; estamos en camino, somos nómadas. Además, tenemos en común cierta letargia. A menudo vagamos sin una meta concreta ni una sólida esperanza. Somos, pues, un pueblo en el que la predicación del Evangelio y la conversión son difíciles. En esta situación, Charles de Foucauld nos da una respuesta profética pero también exigente, en el fondo la única respuesta posible: una vida evangélica que manifiesta la alternativa profética del Evangelio, haciendo que sea de nuevo interesante y atractivo. De este modo Charles de Foucauld es una figura luminosa, y puede ser también un válido remedio frente al peligro de un aburguesamiento y de un tediosa banalización de la Iglesia.
KASPER: Los pobres y los pequeños son según Jesús los predilectos de Dios y los destinatarios de su evangelización. También san Pablo nos dice que en las comunidades primitivas había pocos ricos, pocos sabios, pocos poderosos y pocos nobles. El Concilio Vaticano II descubrió de nuevo y reafirmó este aspecto; después del Concilio se ha hablado mucho de la opción preferencial por los pobres. La teología de la liberación se ha inspirado en este mensaje, pero a veces lo ha hecho con fines ideológicos; al hacer esto, se ha vuelto ambigua. Esto no significa, sin embargo, que el mensaje haya dejado de ser válido y actual. Todo lo contrario. La gran mayoría de la humanidad vive actualmente por debajo del umbral de pobreza, y esto es verdad sobre todo en África, donde Charles de Foucauld vivió, entre los pobres. Espero que su beatificación replantee con un significado de ningún modo ideológico, la urgencia de hacer frente al desafío de la pobreza, tanto material como espiritual, y nos muestre la respuesta evangélica, vivida por él de modo ejemplar, que el mundo actual debe dar.