Obispo griego a los cuatro cardenales
Queridísimos hermanos en el episcopado:
Mi fe en nuestro Dios me dice que Él no puede no amarles. Con la sinceridad que sale de mi corazón les llamo «hermanos queridísimos». También llegó a Grecia el documento que entregaron a la Congregación para la Doctrina de la Fe y que fue publicado el lunes pasado por el sitio de «L’Espresso».
Antes de publicar el documento y antes aún de haberlo redactado, ustedes habrían debido presentarse al Santo Padre y pedir que los sacaran del Colegio cardenalicio. Además, ustedes no habrían debido usar el título de «cardenal» para dar prestigio a lo que escribieron, y esto por coherencia con su conciencia y para aligerar el escándalo que han dado al escribir personalmente.
Ustedes escribieron que están «profundamente preocupados por el verdadero bien de las almas» e, indirectamente, acusaron al Santo Padre Francisco «de hacer que progrese en la Iglesia cierta forma de política». Pidieron que nadie les juzgara «injustamente». Injustamente les juzgaría quien dijere lo contrario de lo que ustedes escribieron explícitamente. Las palabras que utilizan tienen su significado. El hecho de que ustedes hayan esgrimido el título de cardenales no cambia el sentido de las palabras gravemente ofensivas para el obispo de Roma.
Si ustedes están «profundamente preocupados por el verdadero bien de las almas» y si les mueve «apasionada preocupación por el bien de los fieles», yo, queridísimos hermanos, estoy «profundamente preocupado por el bien de las almas de ustedes», por su doble y gravísimo pecado:
— el pecado de herejía (¿y de apostasía? De hecho, así comienzan los cismas en la Iglesia). Del documento que publicaron se deduce claramente que, en práctica, ustedes no creen en la suprema autoridad magisterial del Papa, reforzada por dos Sínodos de los obispos de todo el mundo. Se ve que el Espíritu Santo solo les inspira a ustedes y no al vicario de Cristo ni a los obispos reunidos en Sínodo;
— y mucho más grave, el pecado del escándalo, dado públicamente al pueblo cristiano en todo el mundo. Al respecto, Jesús dijo: «¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Es inevitable que existan pero ¡ay de aquel que los causa!» (Mateo, 18, 7). «Pero si alguien escandaliza a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo hundieran en el fondo del mar» (Mateo, 18, 6).
Movido por la caridad de Cristo, rezo por ustedes. Le pido al Señor que los ilumine para aceptar con simplicidad de corazón la enseñanza magisterial del Santo Padre Francisco.
Temo que las categorías mentales de ustedes encontrarán sofisticados argumentos para justificar la manera en la que han actuado, si considerarlo ni siquiera un pecado que someter al sacramento de la penitencia, y que seguirán celebrando cada día la santa misa y recibiendo el sacramento de la eucaristía, mientras se escandalizan si, en casos específicos, un divorciado que se ha vuelto a casar recibe la eucaristía, y osan acusar de herejía al Santo Padre Francisco.
Sepan que yo participé en los dos Sínodos de los obispos sobre la familia y escuché las intervenciones que ustedes pronunciaron. También escuché los comentarios que uno de ustedes hacía, durante una de las pausas, sobre una afirmación de mi intervención en el Aula sinodal, cuando declaré: «pecar no es fácil». Este hermano (uno de ustedes cuatro), hablando con sus interlocutores, cambiaba mis afirmaciones y me ponía en la boca palabras que nunca había pronunciado. Además, otorgaba a mis declaraciones una interpretación que no se podía relacionar de ninguna manera con lo que había afirmado.
Queridísimos hermanos, que el Señor los ilumine para reconocer lo antes posible su pecado y para reparar el escándalo que han dado.
Con la caridad de Cristo, los saludo fraternalmente.
Francisco Papamanolis o.f.m.cap
Obispo emérito de Syros, Santorini y Creta, Presidente de la Conferencia Episcopal de Grecia
20 de noviembre de 2016