Laico, profano, seglar, civil, pagano, mundano / Paul Buchet
Son palabras que revelan la dificultad que tenemos para comprender nuestro mundo y nuestra propia existencia humana.
Desde antiguo se ha intuido que le visible no alcanzaba a dar razón de la existencia del ser humano y del mundo. Los primitivos empezaron en distinguir realidades y lugares especiales que calificaron de “sagrados”. Lo restante lo consideraron “profano, palabra, que significa etimológicamente: lo que está afuera o “delante el santuario”. Fácilmente también se llegó a distinguir entre quienes se contactan con lo sobrenatural y quienes necesitan una intermediación para conectarse con esta otra dimensión (los dioses) fueron los chamanes y los “sacerdotes”… La gente común que no tiene esta calificación son los” laicos”. Todas las religiones hicieron estas diferencias pero la Iglesia católica supo aprovechar especialmente esta diferencia para estructurarse como Institución con un clero dirigiendo un laicado obedeciendo.
Estas separaciones de espacios, y de personas contagiaron todas las esferas de la vida y de la actividad humana. Se llegó en una época hasta sacralizar el poder del rey o del emperador y para reforzar la autoridad de los consagrados se forzó la diferencia entre lo religioso y lo “mundano”, lo cristiano y lo “pagano”. Se habló del cuerpo y del alma, de lo espiritual y de lo material, de lo temporal y lo eterno, del cielo y de la tierra y…del infierno.
Aun cuando, hoy, algunos se aferran a estas distinciones, lo menos que se puede decir es que no facilitan la comprensión actual de la existencia humana. La vida moderna complica la vida de los creyentes. Estos buscan hacer convivir sus creencias y su religiosidad con su vida diaria, ella, muy “laica”. Pueden reservar unos tiempos para practicar unos ritos de su religión pero, por la mayor parte de su vida, las “preocupaciones del mundo” los acapara mayormente.
Fueron las ideas republicanas, las primeras que buscaron suprimir las diferencias sociales que se habían creado con una aristocracia, un clero, y el pueblo. Se abolió la aristocracia considerando a todos los ciudadanos por iguales. Se decretó la separación de la Iglesia y del Estado pero, de inmediato, no se le quitó su prestancia a las instancias religiosas; posteriormente, fue la multiplicidad de iglesias que llevó el Estado a considerarse más y más “laico” (no religioso).
Por la vida moderna los hombres encontraron muchas respuestas y soluciones a sus problemas e inquietudes. De hecho muchos de nuestros contemporáneos ostentan un comportamiento que pretende ahorrarse la necesidad de religión. Para muchos filósofos, científicos, marxistas, ecologistas…, pero también, muchísimas personas comunes y la juventud en general, los mensajes religiosos y la misma palabra “Dios” han perdido su sentido. No descubren la utilidad de plantear otra dimensión para su vida.
Frente a esta situación las descalificaciones son fáciles. Se puede tratar de “paganos”, “mundanos”, ateos, materialistas, existencialistas, hedonista, inmediatista… a estos “sin Dios” pero es una manera de escabullirse del problema de fondo. Es querer cerrar los ojos delante un fenómeno que nos contagia a todos. Este fenómeno de la “secularización” es, en realidad, la emancipación del hombre contemporáneo que opta por una comprensión integral de su existencia por medio de las ciencias modernas.
La ciencia, la técnica, la economía, el desarrollo, el progreso, la democracia, los derechos humanos recluyeron las religiones en la vida privado de cada uno y en las tradiciones de algunos grupos e instituciones selectos. Pero para sus opciones de vida y sus problemas, las personas y las mismas organizaciones sociales dejan de recurrir a sus creencias para confiar preferentemente en los recursos de la vida moderna. Los progresos científicos, económicos y sociales se ofrecen para solucionar todos los problemas de la vida. Los psicólogos, los médicos y el Estado están para solucionar las necesidades, las angustias y las frustraciones. Y lo están logrando… si uno considera que en Chile, por ejemplo, la esperanza de vida promedio llega a una edad en que el ser humano empieza a cansarse de vivir.
El ejemplo más patente de esta secularización a nivel global es el de la regulación de nacimientos. Cuando todas las religiones se oponían a los métodos artificiales, no hubo prácticamente ningún país que no organizó programas de control de natalidad y eso con un éxito sorprendente. La humanidad podrá evitar la sobrepoblación del planeta. Se priorizaron criterios demográficos, olvidando los criterios religiosos en la materia.
Otro ejemplo: en las librerías, la mayoría de los libros de autoayuda aconsejan maneras de encontrar la armonía y la felicidad “en” esta vida, promocionando ejercicios y hasta “espiritualidades” lejos de toda religión.
Dios, y el Más Allá que ayer orientaban las vidas privadas y el ordenamiento social, hoy día, estas referencias a lo sobrenatural perdieron su vigencia; las potencialidades temporales y terrestres remplazaron las realidades eternas y celestes.
La secularización es un fenómeno global. No abrir los ojos de su importancia es inconsciencia.
En todos los continentes esta nueva manera de enfocar la vida tiene diferentes manifestaciones. En Europa, por ejemplo, las grandes Iglesias católicas y protestantes de ayer están cayendo en una decadencia acelerada, los cristianos abandonan en masas las prácticas religiosas. Pero en América latina, la religiosidad popular católica y las confesiones evangélicas frenan esta descristianización pero el cristianismo perdió su prestigio antiguo. En África del norte y en medio Oriente, la secularización es tan problemática para el Islam que provocó una reacción híper-violenta de los fundamentalistas. Los que conocen el sur-asiático cuentan que en esos países se va organizando una cultura que se acomoda de un paralelismo extraño entre la agitación de la vida moderna y la persistencia de las diversas prácticas religiosidades. China, ella sola, es la manifestación más impresionante de una sociedad secularizada con un desarrollo económico gigantesco y una marginación política de las religiones.
Los cristianos, debemos preguntarnos como ocurrió este fenómeno sobre todo después de ilusionarnos con nuestra “civilización cristiana” que se había conquistado todo el occidente en los últimos siglos y que se prometía difundirse en todas las partes.
Por más sorprendente que sea, debemos, en primer lugar, realizar que la secularización no es la adversaria del cristianismo. Al contrario, formó parte de la fe cristiana desde su inicio.
La Biblia no es una palabra de Dios intemporal (bajada del cielo). Abram, Moisés… los autores del Antiguo Testamento testimoniaron de Dios a través de las experiencias que vivieron: sus anhelos de una tierra propia, su liberación de Egipto, su grandeza y decadencia de la monarquía y del templo… Su vida histórica fue reveladora de Dios.
En el Nuevo Testamento, los apóstoles nos testimonian de Jesucristo. Con Jesús, lograron una comprensión única de Dios en margen de la sinagoga y del Templo. La vida común de la gente en la convulsionada Palestina de la época es donde Dios se revela. Dios se hizo hombre, se encarnó, ¿Que más secularización esta?
No hace falta recorrer mucho la historia para descubrir que la evangelización se enmarcó siempre en las contingencias sociopolíticas de cada época hasta constituirse como la misma “civilización occidental”.
El proyecto humano del antiguo mito de la Creación se cumplió: el hombre llenó la tierra, dominó animales, utilizó todo para su alimento… No hubo en ninguna otra religión este afán de progreso, de desarrollo, como en el cristianismo.
La evolución misma de la Iglesia en América Latina en este último siglo es reveladora. Los primeros misioneros no se limitaron a promover creencias y ritos sacramentales, construyeron luego escuelas al lado de sus iglesias misionales. Se metieron en las cosas del mundo. Avalaron unas políticas y repudiaron a otras. Fueron religiosos, sacerdotes y obispos que apoyaron el despertar de sindicatos y cooperativas…, que buscaron financiamiento para proyectos de desarrollo de todo tipo. Fueron los obispos que priorizaron la opción para los pobres, que defendieron los derechos humanos en las épocas dramáticas. La teología de la Liberación incluyó la búsqueda de justicia social y la opción para los pobres como caminos para la misma Salvación divina.
Esta preocupación por lo temporal encontró siempre resistencias de los conservadores en la Iglesia. Estos se esforzaron de esconder los “signos de los tiempos” que el Concilio Vaticano II querría descubrir. Con una red impresionante de nuncios y un control de nominaciones de obispos retrograron la evangelización. Toleraron que se diera vuelta a los altares y que los sacerdotes se vistieran de clergymen pero se atrincheraron en la Institución eclesial para seguir rigiendo las prácticas religiosas de los fieles a su manera. La brecha entre las vivencias humanas modernas y los discursos de los dogmáticos y moralistas autoritarios se profundizó. Las masas dejaron de recibir el testimonio de un Dios que se descubre en las necesidades humanas, entre los problemas humanos.
Casos emblemáticos son las diatribas que surgieron en la política chilena acerca de la despenalización del aborto y de los matrimonios homosexuales. Los obispos y los grupos conservadores se levantaron en una postura moralista radical cuando se trata en realidad de solucionar problemas sociales.
La secularización no es un fenómeno adverso al cristianismo, a lo contrario es el desafío y la oportunidad para los cristianos de testimoniar de un Dios que se hizo hombre. Compartir el mundo (aparentemente) sin Dios puede ser purificador para un evangelizador. Asumir la secularización es el precio que pagar para una nueva evangelización.
La secularización nos obliga a hablar de la evolución de las especies y a abandonar la idea de un Dios que habría fabricado la vida humana totalmente predeterminada. Los que saben de la evolución cultural de los pueblos, no pueden congelar un modelo de familia del pasado. Los que entendieron la emancipación de los esclavos en el pasado, no pueden, hoy día, aceptar la marginación de las mujeres en la Iglesia…
Los cristianos, si queremos evangelizar, tenemos que descubrir a Dios en la secularización del mundo, con los hombres y las mujeres de hoy compartiendo auténticamente sus gozos, esperanzas, tristezas y sus angustias y sin anteponer nuestros catecismos, nuestros criterios morales y nuestras costumbres.
Leamos la Biblia, no como una historia de acontecimientos sino como un testimonio que nos entregan sus autores desde su cultura propia.
Sepamos también compartir los signos de los tiempos y testimoniar en comunidades lo que el Espíritu nos inspira para el bien de todos. La fe es más que una participación a una institución religiosa, es una adhesión a JESUCRISTO.
Alcanzar una relación personal con Jesucristo en nuestra vida profana es la meta.
Santificado sea tu nombre,
Venga a nosotros tu Reino,
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Paul Buchet
Consejo Editorial “Reflexión y Liberación”.