Los Laicos de Osorno están en la brecha
Se equivocan los que ven divisiones de la Iglesia en la movilización de los laicos de Osorno. Nadie dice en Osorno: “Yo soy de Pablo”, “Yo de Apolo”,” Yo de Cefas”, “Yo de Cristo” (ICor1,12ss). Estas críticas como las descalificaciones de “zurdos” prestadas al mismo Papa son mal intencionadas.
Los laicos de Osorno están, sí, “en la brecha”. Esta es la mejor descripción de lo que pasa en esa ciudad. Su resistencia a aceptar al obispo que les impusieron se explica con la brecha que hay en la Iglesia católica y particularmente en la Iglesia chilena. Existe un distanciamiento que se viene agrandando entre el Episcopado y el laicado y este fenómeno duele profundamente las consciencias cristianas. Lo que ocurre en la diócesis de Osorno es un síntoma local del malestar católico que se está generalizando.
Por una parte, el episcopado de Chile está pasando por una crisis de desprestigio severa y por otra parte los laicos están en un proceso de emancipación reprimido.
Los jerarcas de la Iglesia han perdido su prestigio frente a las instancias civiles. Se presentan como altos funcionarios nombrados por la Institución monárquica de la Iglesia y tienen un pie en el país y el otro en el Vaticano. Esto exaspera los esfuerzos de democratizaciones de la nación poco asumidos por los obispos. Muchos llegaron a ser obispos por protección o padrinazgo, hicieron una carrera clerical sin las capacidades adecuadas para situarse a la altura de la cultura actual y de sus problemas. Son funcionarios transitorios pasando por las diócesis sin lograr verdadero liderazgo. Este descrédito se acentuó más todavía a los ojos de la población en general por las graves acusaciones de encubrimiento de pedofilia que se destaparon en el clero. Se les atribuye también afanes mafiosos de poder y de aliarse con los más pudientes del país. Sus torpes intervenciones en contra de los proyectos de despenalización del aborto, de los divorcios y de las uniones civiles los dejaron mal frente a la tolerancia de todos los credos sostenida por las instancias civiles. Después de haber conocido épocas con grandes figuras episcopales, esta debilidad del episcopado nacional crea un malestar en el pueblo católico.
Por si fuera poco, este desprestigio público se complica con el cuestionamiento interno de su rol de obispo en la feligresía. Su autoridad doctrinal y moral propia disminuyó en proporción del reforzamiento de la autoridad suprema del vaticano. Los catecismos oficiales se publican, los resultados de las conferencias nacionales o continentales arrojan mucha literatura (revisada por Roma) pero no se han logrado poner en marcha estrategias serias para una “nueva evangelización” que sigue un propósito repetitivo. Se asiste a una “des-catolicización” progresiva. Cuando se necesita un nuevo lenguaje, un nuevo enfoque moral, una nueva metodología pastoral, algunos obispos se manifiestan integristas, otros misóginos, otros formados en el clan de Karadima. Como botón de muestra de estas deficiencias basta ver que nadie se atreve a realizar una evaluación honesta de los resultados de la educación católica y de los cursos de religión en las nuevas generaciones. Lo que necesita el pueblo de Dios, no son largas encíclicas, sínodos mundiales con pocos resultados, se necesita maestros que hablan a la gente como para que se les pueda creer, guías en quienes se logra tener confianza. Son dos o tres los obispos excepcionales que se destacan por su postura en lo social o en defensa del medio ambiente
El prestigio sacramental de los obispos y del clero en general está también muy dañado por el ritualismo del culto. Las misas son aburridas con predicas baratas, la eucaristía cosificada, las devociones a los santos exageradas y lucrativas. La multiplicación de diáconos en las parroquias está disfrazando la falta escandalosa de sacerdotes y estos se promovieron para evitar el derrumbe de la pirámide eclesiástica.
Es mejor abandonar la imagen del obispo “pastor”, dejarla para la época de Pio X que decía al principio del siglo pasado: “El solo deber de los laicos es de dejarse conducir como un rebaño dócil y de seguir a sus pastores” (sic). La misma paternidad episcopal, que le gusta a algunos, va en contra de lo que denunció textualmente Cristo: “No llamen a nadie “padre”, maestro, director, …(Mat23 v8ss). El mayor en la Iglesia que sea servidor, esa es la idea de Cristo que debería imperar. A la Iglesia de Osorno, no es precisamente este tipo de obispo el que se les impuso.
Para acentuar más la brecha existente, los obispos se ven enfrentando una crisis financiera que los quita fuerza para su pastoral. Disminuyeron los aportes del exterior y el 1% es poco; se ven obligados a limitar el financiamiento del clero y de reducir las estructuras pastorales de su diócesis. A la larga este empobrecimiento será sin duda benéfico pero entretanto les quita prestigio a los obispos.
Aquí no se trata de criticar. No podrá haber sucesión apostólica sin una cristiandad viva y evangelizadora. Se trata de dimensionar esa brecha abierta en la Iglesia. Este distanciamiento de los jerarcas con los laicos proviene mayormente de la dirección de la Iglesia por el rol histórico que se dieron. Los obispos actuales no están a la altura de sus prerrogativas de representantes del mismo Dios y de guía del pueblo cristiano. Son responsables de la decadencia eclesial pero nos son los únicos responsables de la Iglesia. Quienes son, también, responsables de su Iglesia son los feligreses, los laicos o, mejor dicho, los cristianos todos. Es una realidad olvidada. Las comunidades cristianas necesitan unos pastores-líderes y no unos con problemas, pero los obispos necesitan, ellos también, de laicos para perpetuar la apostolicidad de la Iglesia y promover la evangelización.
Hace algunos meses, Mgr Joaquín Quedroago, vice presidente de la conferencia de los Obispos de Burkina en África declaró en una reunión sobre el tema del laicado: “Si el jefe es valiente es porque tiene a su alrededor unos hombres valientes”.
A los laicos de Osorno no les faltó valentía para tomar posición referente a la nominación del Obispo Barros. Su resistencia llamó la atención porque hacía tiempo que no se veía un laicado tan despierto. Hay que volver al tiempo de la acción católica y a la época que preparó el Concilio Vaticano II. Desde entonces el laicado se quedó en un letargo profundo. Aparecieron movimientos espiritualistas que movilizaban los cristianos para una búsqueda de devoción o de santidad individual como la Legión de Maria, Schoenstatt, el Opus Dei, los cursillos de cristiandad, los encuentros matrimoniales que recluyeron los laicos hacia dentro y les hicieron olvidar lo “hacia fuera”. Las parroquias simularon una participación laical con los ministerios de lector, cantantes del coro, de distribuidor de comunión, a lo más de presidente del consejo parroquial. Este narcicismo clerical hizo mucho daño a la legítima emancipación de los laicos. La evangelización tiene por cierto como perspectiva la búsqueda de propagar la fe pero, lo que más fue olvidado es la misión de hacer un mundo mejor, una sociedad que busca el adelanto del Reino de Dios entre los hombre.
La Iglesia de Osorno tuvo una movilización laical importante; obras asistenciales, obras de desarrollo social, de realizaciones elocuentes, tuvo unos obispos y religiosos empeñosos. Esta experiencia le ha dejado a los laicos de la diócesis una sensibilidad que explica el escándalo significó para ellos la nominación de un obispo cuestionado. Se sienten traicionados en su esfuerzo de levantar una Iglesia en la que habían aprendido sus responsabilidades.
¿Cómo puede una profesora de religión hablar de la Iglesia a sus alumnos que se ríen del mismo obispo del lugar? ¿Cómo puede un joven dejar de decir que no está “ni allí” con los curas? ¿Cómo puede un obispo con tan malos antecedentes dialogar con las autoridades locales?
Los laicos de Osorno tuvieron que pensar dos veces, tres o cuatro veces quizás para seguir en su posición intransigente. Son los hombres “valientes” al que se refería don Joaquín Quedroago pero aquí no hay “jefe fuerte” sino un pobre hombre secuestrado por una institución que lo utiliza para mantener su prestigio cuestionado.
La brecha existe y los laicos deben entender que habrá que evaluar las pérdidas cuando habrá cambio. Esas brechas son difíciles de aunar. Doblemente valiente debe ser el laico defraudado por su propia Iglesia. Sera buscando fuerza en el evangelio, en la cohesión de las reuniones comunitarias que los laicos podrán seguir hasta entonces y después recuperar el dinamismo de las comunidades y de los laicos.
Una cosa que el cristiano de Osorno debe recordar es que la brecha descrita existe entre la Iglesia y la sociedad. Es la cultura, la economía, la política, toda la vida que necesita la emergencia del Reino de Dios. Esta labor de evangelización de la vida toda es la responsabilidad propia de los cristianos laicos porque ellos viven las dificultades de la vida familiar, trabajan, enfrentan el consumismo, dialogan con las nuevas generaciones, son mujeres buscando su emancipación, discuten de política… Muchos logran dar un testimonio personal en la materia pero es conveniente hablar entre laicos de esas responsabilidades y perfilar algunos testimonios es la tarea más olvidada en esta brecha.
Esta brecha es, después de todo,… “bendita” porque de estar en ella nos devuelve esta “gloriosa libertad de los hijos de Dios”.
“Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparable con la gloria que se ha de manifestar en nosotros…”
Amigos de Osorno, lean Romanos 8,18.
P a u l B u c h e t
Consejo Editorial de revista “Reflexión y Liberación”.