Obama en Cuba y «la ayuda» de Papa Francisco / Luis Badilla
El anuncio del Acuerdo llegó el 17 de diciembre de 2014: los presidentes de Cuba y de los Estados Unidos, Raúl Castro y Barack Obama, respectivamente, anunciaron al mundo, en discursos difundidos contemporáneamente, el fin de las tensiones, hostilidades y guerras de cualquier tipo después de 54 años. Los dos gobernantes confirmaron que entre los dos gobiernos (que durante medio siglo fueron enemigos irreconciliables) se había abierto un proceso para normalizar las relaciones diplomacias entre ellos, cosa que sucedió puntualmente, con el solemne intercambio de embajadores y la apertura de las representaciones diplomáticas del más elevado nivel.
Desde entonces han sucedido muchas cosas importantes: Kerry visitó la isla; Cuba fue cancelada de la lista de las naciones que patrocinan el terrorismo; gradualmente, pero con cierta velocidad, se están normalizando las relaciones en los ámbitos financiero, de las telecomunicaciones, del turismo… Pero por ahora sigue en pie el mayor obstáculo para que esta guerra fría hemisférica concluya definitivamente: que el Congreso de los Estados Unidos anule todas las leyes del embargo contra Cuba. Mientras tanto, Castro ya se reunió con Obama en 2015, al margen de los trabajos de la Asamblea general de la ONU, y lo había hecho antes (en Sudáfrica y en Panamá), y ahora el presidente de los Estados Unidos, dentro de pocos días, visitará La Habana y será recibido en el Palacio de la Revolución. Y tal vez no esté lejos el día en el que Raúl Castro sea recibido en la Casa Blanca.
La petición de una intervención especial de Papa Francisco
Según Peter Kornbluh y Leo Grande, autores del libro «Back Channel to Cuba: The Hidden History of Negotiations Between Washington and Havana» (investigación que es considerada la más precisa, veraz y completa en cuanto a la reconstrucción de las negociaciones entre ambos países americanos), el primero que propuso involucrar a Papa Francisco en las negociaciones entre Washington y La Habana fue el senador Dick Durbin, demócrata de Illinois, en septiembre de 2013, durante una reunión en la oficina de la señora Susan Rice, Consejera para la Seguridad Nacional. En aquel contexto, los autores del libro aseguran que había muchos exponentes cubano-estadounidenses que presionaban para pedir que el Vaticano fuera involucrado de alguna manera.
Pero también se observa el papel decisivo que tuvo el senador Patrick Leahy (demócrata de Vermont, Presidente «pro-tempore» de Senado estadounidense), puesto que envió esta petición a los cardenales Ortega (de La Habana), Theodore McCarrick (arzobispo emérito de Washington) y Sean O’Malley (arzobispo de Boston). El senador les pedía involucrar al Papa en la cuestión, «porque tiene un elevado interés humanitario». Las cartas fueron entregadas en marzo de 2014.
Al mismo tiempo, Obama, antes de ir a visitar a Papa Francisco al Vaticano (audiencia del 24 de marzo de 2014) dio a conocer, anticipada y oficialmente, a la Santa Sede el propósito de informar al Santo Padre todo lo que estaba sucediendo entre ambos países desde 2012 y, particularmente, desde junio de 2013, y todo lo que el Pontífice considerara «útil». Después del encuentro entre Obama y el Papa, el cardenal Ortega se encargó de enviar dos cartas, a ambos gobernantes, en las cuales el Santo Padre pedía «resolver cuestiones humanitarias de interés común, incluyendo la situación de algunos prisioneros, para poner en marcha de esta forma una nueva etapa en las relaciones» bilaterales.
El libro también ofrece muchos detalles sobre el papel (hasta hace algo tiempo desconocido) de la señora Hillary Clinton durante su mandato como Secretaria de Estado de los Estados Unidos. Las conversaciones secretas entre La Habana y Washington habrían comenzado gracias a Hillary, quien autorizó encuentros bilaterales en Haití (2010) y en la República Dominicana (2012). Representaron a los Estados Unidos Cheryl Mills y Julia Reynoso, colaboradoras de Clinton. El libro también describe altos y bajos en las conversaciones, a veces provocados por peticiones recíprocas inaceptables, pero, según los autores, entre las partes nunca se interrumpieron las comunicaciones.
En el mes de mayo de 2012, Hillary Clinton recibió una comunicación de uno de sus negociadores que decía: «Debemos continuar la negociación con los cubanos para la liberación de Alan Gross, pero no debemos permitir que esta situación bloquee el progreso en las relaciones bilaterales. Los cubanos no cederán. O tratamos con los cubanos el caso de los ‘Cuban Five’, o dejamos afuera los dos argumentos» (Gross y los 5 cubanos acusados de espionaje).
El libro también revela el papel de la «lobby» ‘Trimpa Group’, que recibió una donación de un millón de dólares de Patty Ebrahimi, esposa de Fred Ebrahimi, ex proprietario del grupo Quark. Patty Ebrahimi, nacida en Cuba, estaba cansada y fastidiada de no poder volver a su país natal. Su acción, mejor, donación, tenía un único objetivo: presionar para que se llegara a un acuerdo y en este contexto llegaron otras donaciones a la ‘Trimpa Group’, justamente cuando el gobierno de los Estados Unidos estaba planeando que el grupo ayudara. En las diferentes investigaciones demoscópicas de la ‘Trimpa Group’ participaron otros grupos, como John Anzalone, muy cercano a Obama, el Atlantic Council y FIU. Después se sumaron la #CubaNow y Luis Miranda, ex director para las comunicaciones de la Casa Blanca con los medios de comunicación hispánicos. La idea era una sola: crear una opinión favorable frente un cambio radical de política hacia Cuba y favorecer la veloz normalización de las relaciones interrumpidas hace más de medio siglo.
Peter Kornblum y William M. Legorande, en su libro, afirman que las cartas de Papa Francisco a los presidentes Barack Obama y Raúl Castro, nunca publicadas y punto de quiebre para las negociaciones, fue entregada personalmente por el cardenal arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, a los dos mandatarios, tal y como se lo había pedido el Papa. El purpurado entregó a Obama la carta el 18 de agosto de 2014, en un breve encuentro no oficial en a Casa Blanca, cerca del Jardín de las Rosas. Algunas crónicas que tratan de reconstruir lo sucedido sostienen que el purpurado cubano tenía la misión específica de entregar el documento en las manos del presidente, cosa que hizo, pero no quería que quedara huella oficial de un encuentro formal. Y este fue el motivo por el que se habría encontrado esa solución singular: un encuentro casual entre el purpurado y Obama, un apretón de manos fugaz en uno de los patios de la Casa Blanca.
Luis Badilla – Roma
Il Sismografo – Vatican Insider – Reflexión y Liberación