Laudato si’. Una encíclica estremecedora
Al Papa “franciscano” le faltaba una encíclica sobre la creación. Hasta ahora para todos ha sido patente su “opción por los pobres”. El “pobre de Asís” estará feliz con que el papa Francisco no solo se haga cargo del tema ecológico, sino que, además, lo vincule con el de la pobreza. Laudato si’ es una encíclica impresionante. Se ocupa del medioambiente con una mirada integral, vinculando estrechamente lo ecológico y lo social, con el objeto de estremecer las conciencias de una humanidad que se salvará junta o junta acabará en un tarro basurero. El Papa hace un llamado a volver a amar nuestra Tierra, pues su estado es dramático. Lo hace con un lenguaje sencillo, suave en general, pero a veces duro y directo.
La encíclica abunda en describir los males que aquejan a la naturaleza y a las personas en ella. Estos son innumerables: deterioro del aire y de las aguas, deforestaciones, basura y contaminación en los mares, suciedad, aniquilación de especies vegetales y animales, y miseria humana por doquier. Al mismo tiempo, se evoca en la encíclica la belleza del mundo que hemos heredado y que hemos dejar en herencia a las futuras generaciones.
El Papa no ahorra palabras para denunciar a los culpables. En términos generales nuestra cultura consumista hace que prácticamente todos usemos y tiremos las sobras sin la más mínima responsabilidad con la naturaleza o el prójimo actual o futuro. Pero Francisco dirige los cañones contra los grandes poderes económicos y políticos, y la tecnocracia de que se sirven, para obtener las máximas ganancias con los menores costos posibles. Estos mismos poderes, sean corporaciones o países, son quienes le bajan el perfil al peligro del caos ecológico o esperan que algún día la ciencia y la economía encuentren la solución que siempre dicen que se ha encontrado para que el progreso continúe. Es una misma la lógica explotadora que ha generado el daño ecológico y la pobreza. El Papa cuestiona radicalmente la idea predominante de progreso. Interroga a fondo la cultura moderna que ha despejado la cancha para intervenir la creación sin escrúpulos y la cultura posmoderna individualista y egoísta.
La encíclica ofrece una visión teológica del mundo. Dios creador hace de principio de unidad y de solidaridad de toda la realidad, del tiempo y del espacio, de lo grande y de lo pequeño, de los ricos y los pobres. Llama la atención como en ninguna otra encíclica papal anterior una visión amplia, integradora y profundamente histórica de la realidad, pero en clave apocalíptica. El futuro no está cerrado. La apocalíptica cristiana se nutre de la “buena noticia” de la resurrección de Cristo, pero incoa la posibilidad del desastre de la creación y, por lo mismo, urge proféticamente decisiones en el presente.
¿Qué hacer? La pendiente al desastre requiere de una reacción enérgica. Francisco habla de la necesidad de una “revolución cultural”. No tenemos actualmente la cultura suficiente para revertir la situación. Es preciso generarla. El Papa apela a cambiar la mirada, a desarrollar una espiritualidad sensible a la belleza y empática con cada uno de los seres, a cultivar estilos de vida cuidadosos de la naturaleza y del medio ambiente.
Se requiere, por otra parte, impactar en las prácticas actuales de consumo y enderezar la economía a otro tipo de crecimiento. Una mayor conciencia, reflejada en pequeños cambios de vida, en la medida que va cuajando en una educación de mayor responsabilidad con todo lo existente, puede incidir reorientando la economía en otra dirección. La política, sobre todo si es posible fortalecer alguna forma de gobierno internacional que pueda imperar soluciones globales, tendría que domeñar la libre acción del dinero.
La encíclica no ha gustado a todos. Algunos querrán que se la olvide pronto.
Laudato si’ es un llamado a una fraternidad cósmica. Proclama que todos los seres de la creación tenemos por vocación ser hermanos, considerarse parte, pertenecer y, en el caso de la humanidad, hacerse responsables unos de otros, de los ecosistemas y del planeta. El Papa recuerda que el principio clave de la enseñanza social de la Iglesia es el “destino común de todos los bienes”. La propiedad privada es, a este efecto, un medio. En esta perspectiva ecológica, la propiedad privada ha de ser relativizada. La Tierra nos pertenece a todos.
Este llamado, en el actual estado de cosas, es subversivo. Así como siempre es posible gozar con poco, la subversión de la cultura consumista y explotadora de la naturaleza y de los pobres, ocurrirá con pequeñas conversiones de corazones. Pero se necesitan muchos nuevos corazones.
Jorge Costadoat, SJ
Santiago de Chile, junio de 2015