Noviembre 21, 2024

La fuerza de la Palabra

 La fuerza de la Palabra

En los últimos siglos el discurso de los pobres fue casi aplastado por el discurso teológico de la burocracia eclesiástica: la catequesis impuso el lenguaje de la teología inasimilable  para los pobres, la predicación fue una divulgación de las categorías teológicas escolásticas.  Fue impuesta en los hombros del pueblo cristiano la carga pesada de un lenguaje totalmente incomprensible.  Fue la tarea que el Concilio de Trento dio a los sacerdotes: por lo menos así fue interpretado, pues no consta  que el Concilio tuviese la intención de aplastar al pueblo  católico de esa manera.

El resultado de siglos de esa predicación  es  visible: el pueblo no  asimiló el discurso sacerdotal y perdió casi totalmente su  expresión propia.  La predicación de los padres destruyó sin poder reconstruir.   Ya es la hora de dejar de lado el discurso artificial de la burocracia y de restituir la palabra al pueblo cristiano. Le fue retirada la Biblia durante siglos. Es la hora de restituir a los cristianos  los  evangelios.

Por otra parte, no es el individuo y sí la comunidad la que es portadora del evangelio.  Quien evangeliza, es la comunidad. Con esto no queremos decir que la comunidad constituya un sujeto colectivo, lo que  sería evidentemente absurdo.  Pero es a partir de la comunidad y de su  red de comunicación humana, por el lenguaje de la comunidad,  apoyándose en ella, refiriéndose a ella que los pobres evangelizan.   Hablan las bocas individuales, pero lo que dicen es de la comunidad, fue  elaborado por ella, pensado,  vivificado por ella.

Con eso no pretendemos sacralizar la llamada religiosidad popular tan hablada en América Latina en los últimos 15 años.  Ya existe  una gran literatura al respecto. Para algunos la religiosidad  popular  debía  proporcionar una alternativa a la “teología de la liberación”.  Para algunos  todo lo que hay en la religiosidad popular ha de ser preservado y respetado como si fuese la voz de los pobres y la voz del pueblo.[1]

La religiosidad popular no es homogénea.  Deriva de varias  fuentes.  Al hablar deevangelización por los pobres, no nos referimos  a la comunicación de la religiosidad popular en su globalidad.  Hay  en aquello muchos hechos que se explican exhaustivamente por factores sociológicos.  Hablamos del evangelio vivido por los pobres, en la medida en  que los pobres lo recibieron y asimilaron. Hay muchos elementos de  religión pre-cristiana en la religiosidad popular. Hay también un evangelio vivido y consciente.

La comunidad no está sola. En medio de las comunidades cristianas de los pobres surgen vocaciones específicas, vocaciones de profetas y  misioneros.[2]  Estos son la verdadera vanguardia de los pobres, sus  representantes.  No son elegidos por el pueblo, pero  reconocidos por él.  Son vocaciones que surgen de modo imprevisible.  No existen  escuelas  de profetas. Hay un llamado especial de Cristo y un carisma propio  del Espíritu.

Los profetas-misioneros encarnan de cierto modo la fe y el mensaje de Cristo  en su vida.  En medio de la comunidad son  como los símbolos, los portadores, con los cuales la comunidad se  identifica.  Lanzan las palabras, animan el lenguaje,  expresan el discurso.  Son hombres o mujeres, jóvenes o  viejos, alfabetizados o analfabetos.  Pocas veces su misión es reconocida por el clero  o por la jerarquía, pues  actúan en un nivel tan modesto que pueden no llamar la atención de un clero absorbido por sus funciones administrativas.

Los animadores de la palabra son esos profetas-misioneros populares  surgidos en medio el pueblo de los pobres que le iluminan el camino.  En Brasil  la actuación de esos ministros laicos de la palabra es  bien conocida en el pasado y todavía es una realidad presente.[3]

Hasta aquí vimos  que los portadores de la palabra son esencialmente laicos.  La Iglesia es antes que nada un pueblo de laicos: fue una  de las contribuciones principales del Vaticano II recordarlo a una Iglesia que lo había  olvidado, por lo menos  en la práctica.

Sin embargo, no basta  que el Vaticano II haya  cambiado teóricamente las perspectivas.  Restituir a los líderes laicos, a los laicos con  vocación de profetas-misioneros será una larga tarea, que tendrá que recorrer el camino inverso del camino seguido durante 15 siglos, luchar contra la resistencia pasiva y muchas veces inconsciente del  clero y de la jerarquía.   Sin embargo, el mundo será evangelizado por laicos  o no  será evangelizado.

 

[1].Ver un buen  status quaestionis  en Helcion Ribeiro, Religiosidade popular na teologia latino-americana, Paulinas, São Paulo, 1985.

[2] . Cf. J. Comblin, O Novo Ministerio de Missionario na América Latina, en  REB, vol. 40,  fasc. 160. 1980, p. 626-655.

[3]. Cf. E. Hoornaert, História da Igreja no Brasil, Vozes, Petrópolis, 1977, p. 109-123.

Traducido de “A forza da palavra”, José Comblin, Ed. Vozes, Petropólis . Brasil 1986 / Cap I, pág. 174 – 175)

 

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