La fuerza de la Palabra
En los últimos siglos el discurso de los pobres fue casi aplastado por el discurso teológico de la burocracia eclesiástica: la catequesis impuso el lenguaje de la teología inasimilable para los pobres, la predicación fue una divulgación de las categorías teológicas escolásticas. Fue impuesta en los hombros del pueblo cristiano la carga pesada de un lenguaje totalmente incomprensible. Fue la tarea que el Concilio de Trento dio a los sacerdotes: por lo menos así fue interpretado, pues no consta que el Concilio tuviese la intención de aplastar al pueblo católico de esa manera.
El resultado de siglos de esa predicación es visible: el pueblo no asimiló el discurso sacerdotal y perdió casi totalmente su expresión propia. La predicación de los padres destruyó sin poder reconstruir. Ya es la hora de dejar de lado el discurso artificial de la burocracia y de restituir la palabra al pueblo cristiano. Le fue retirada la Biblia durante siglos. Es la hora de restituir a los cristianos los evangelios.
Por otra parte, no es el individuo y sí la comunidad la que es portadora del evangelio. Quien evangeliza, es la comunidad. Con esto no queremos decir que la comunidad constituya un sujeto colectivo, lo que sería evidentemente absurdo. Pero es a partir de la comunidad y de su red de comunicación humana, por el lenguaje de la comunidad, apoyándose en ella, refiriéndose a ella que los pobres evangelizan. Hablan las bocas individuales, pero lo que dicen es de la comunidad, fue elaborado por ella, pensado, vivificado por ella.
Con eso no pretendemos sacralizar la llamada religiosidad popular tan hablada en América Latina en los últimos 15 años. Ya existe una gran literatura al respecto. Para algunos la religiosidad popular debía proporcionar una alternativa a la “teología de la liberación”. Para algunos todo lo que hay en la religiosidad popular ha de ser preservado y respetado como si fuese la voz de los pobres y la voz del pueblo.[1]
La religiosidad popular no es homogénea. Deriva de varias fuentes. Al hablar deevangelización por los pobres, no nos referimos a la comunicación de la religiosidad popular en su globalidad. Hay en aquello muchos hechos que se explican exhaustivamente por factores sociológicos. Hablamos del evangelio vivido por los pobres, en la medida en que los pobres lo recibieron y asimilaron. Hay muchos elementos de religión pre-cristiana en la religiosidad popular. Hay también un evangelio vivido y consciente.
La comunidad no está sola. En medio de las comunidades cristianas de los pobres surgen vocaciones específicas, vocaciones de profetas y misioneros.[2] Estos son la verdadera vanguardia de los pobres, sus representantes. No son elegidos por el pueblo, pero reconocidos por él. Son vocaciones que surgen de modo imprevisible. No existen escuelas de profetas. Hay un llamado especial de Cristo y un carisma propio del Espíritu.
Los profetas-misioneros encarnan de cierto modo la fe y el mensaje de Cristo en su vida. En medio de la comunidad son como los símbolos, los portadores, con los cuales la comunidad se identifica. Lanzan las palabras, animan el lenguaje, expresan el discurso. Son hombres o mujeres, jóvenes o viejos, alfabetizados o analfabetos. Pocas veces su misión es reconocida por el clero o por la jerarquía, pues actúan en un nivel tan modesto que pueden no llamar la atención de un clero absorbido por sus funciones administrativas.
Los animadores de la palabra son esos profetas-misioneros populares surgidos en medio el pueblo de los pobres que le iluminan el camino. En Brasil la actuación de esos ministros laicos de la palabra es bien conocida en el pasado y todavía es una realidad presente.[3]
Hasta aquí vimos que los portadores de la palabra son esencialmente laicos. La Iglesia es antes que nada un pueblo de laicos: fue una de las contribuciones principales del Vaticano II recordarlo a una Iglesia que lo había olvidado, por lo menos en la práctica.
Sin embargo, no basta que el Vaticano II haya cambiado teóricamente las perspectivas. Restituir a los líderes laicos, a los laicos con vocación de profetas-misioneros será una larga tarea, que tendrá que recorrer el camino inverso del camino seguido durante 15 siglos, luchar contra la resistencia pasiva y muchas veces inconsciente del clero y de la jerarquía. Sin embargo, el mundo será evangelizado por laicos o no será evangelizado.
[1].Ver un buen status quaestionis en Helcion Ribeiro, Religiosidade popular na teologia latino-americana, Paulinas, São Paulo, 1985.
[2] . Cf. J. Comblin, O Novo Ministerio de Missionario na América Latina, en REB, vol. 40, fasc. 160. 1980, p. 626-655.
[3]. Cf. E. Hoornaert, História da Igreja no Brasil, Vozes, Petrópolis, 1977, p. 109-123.
Traducido de “A forza da palavra”, José Comblin, Ed. Vozes, Petropólis . Brasil 1986 / Cap I, pág. 174 – 175)
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